Las llamas de Gaza también calcinan nuestras democracias

 

El Estado de Israel puede permitirse arrasar por enésima vez la Franja de Gaza porque Estados Unidos y la obediente Unión Europea llevan décadas justificando, legitimando y financiando la ocupación de Palestina y el régimen israelí de apartheid

Con la invasión rusa de Ucrania, muchos occidentales se sorprendieron ante la falta de apoyo a Kiev de muchos de los países del Sur Global. No sabían o no les habían informado de las devastadoras consecuencias de las invasiones e intervenciones militares de Estados Unidos, de la OTAN y de Estados miembros de la UE de países como Afganistán, Irak, Libia o Mali; desconocían o no se habían interesado por las implicaciones de sus lazos comerciales con monarquías criminales como Arabia Saudí y sus asesinatos en masa en Yemen; no eran conscientes o habían preferido ignorar las guerras que alimentan en países como Colombia sus grandes multinacionales; o quizás habían querido creer que el atroz rastro de muerte y dolor que ha generado y sigue generando la guerra librada en nuestras fronteras, y más allá, contra los refugiados e inmigrantes no tendría consecuencias.

Sólo la soberbia occidental puede explicar que cuando la guerra nos tocó cerca esperásemos que quienes llevan siglos soportando nuestra violencia y expolio se comprometiesen con la defensa de ese mismo bando. Máxime, si éste se presenta como el abanderado de los valores democráticos. Si alguien sabe bien que una democracia es mucho más que votar cada cuatro años son las poblaciones en las que les dijeron que había que imponerla a bombazos.

Ahora, con el genocidio que Israel está perpetrando en Palestina, los líderes de las grandes potencias occidentales vuelven a afinar su retórica vacua para blindar la indecencia. Desde el 7 de octubre, cuando miembros de Hamás cometieron unos terribles crímenes por los que deberían ser juzgados, la mayoría de los líderes de Estados Unidos y de la Unión Europea han pisoteado, día tras día, el derecho internacional humanitario para apoyar una limpieza étnica disfrazada de legítima defensa. Los mismos políticos que se presentan como el dique de contención de la ultraderecha, mantienen su respaldo a un Estado ocupante que está exterminando a una población –a la que se refiere como “animales”– mediante ejecuciones extrajudiciales, bombardeos indiscriminados contra la población civil y sitiándoles sin agua potable, comida, electricidad, Internet ni combustible. 

Las llamas de bombardeos israelíes no sólo están calcinando Gaza, sino también la poca credibilidad que le quedaba a las democracias occidentales. Precisamente por eso es nuestra obligación seguir manifestándonos públicamente, a sabiendas de que, como ocurrió con la invasión ilegal de Irak, no servirá para que nuestros gobernantes cumplan con su deber y dejen de patrocinar la guerra y la impunidad.

Como hace veinte años, es fundamental gritar con todas nuestras fuerzas que no sólo no lo hacen en nuestro nombre, sino que lo hacen en contra de nuestra voluntad, también sigue haciéndolo una minoría de la población israelí, cada vez más perseguida y amenazada. Seguir llenando las alamedas para clamar que no seremos cómplices con nuestro silencio de un nuevo genocidio, como están haciendo miles de judíos en Estados Unidos. Llenar las redes sociales y los medios de comunicación de artículos explicando que, porque creemos fieramente en la democracia, no nos podemos sentir representados por unos gobiernos que no respetan la legalidad internacional. Alertar de que sabemos bien que cuando los dirigentes y la sociedad civil avanzan en direcciones opuestas es porque los primeros están minando los pilares de la democracia. Y, una vez más, no es la ultraderecha la que la está poniendo en peligro, sino precisamente quienes en lugar de ahondar en el respeto de los derechos humanos, de la dignidad y de la decencia, reproducen los postulados de los fundamentalistas envueltos en eufemismos y falacias.

Hoy más que nunca, no basta con pedir el fin de los bombardeos sobre Gaza ni, mucho menos, que Israel permita el acceso de la ayuda humanitaria. Apoyar a pueblo palestino, pedir el fin del la ocupación y del apartheid israelí no es sólo nuestro deber ético y moral como defensores de la justicia y de la paz, sino también una defensa de nuestras democracias.  





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